Dos de los diputados que firmaron el Acta de la Independencia en el Congreso de Tucumán, terminarían sus días de modo violento. El doctor Juan Agustín Maza, diputado por Mendoza, encontró la muerte en 1830, masacrado en Chacay por los indígenas del cacique Coleto, en cuyo pueblo se había refugiado, creyéndolo amigo.

Un año antes, el doctor Francisco Narciso de Laprida, diputado por San Juan y presidente del Congreso el famoso 9 de Julio, fue ultimado bárbaramente por los montoneros, luego de la batalla del Pilar. Vale la pena rescatar esta última historia.

Distinguido abogado

Francisco Narciso de Laprida nació en San Juan en 1786. Era hijo del asturiano José Ventura Laprida y de la sanjuanina Ignacia Sánchez de Loria. Le dieron muy buena educación. Estudió en el Real Colegio de San Carlos en Buenos Aires, y luego cruzó la Cordillera, con sus padres y otros familiares, para matricularse en el Colegio Carolino de Santiago de Chile. Allí se graduó de bachiller en Cánones y Leyes. Pasó luego a la Universidad de San Felipe, que lo saludó licenciado y doctor en 1810.

En total, estuvo seis años en el vecino país. Retornó a San Juan en 1811: ejerció la profesión y fue miembro del Cabildo. Se opuso a la sedición de 1813 contra el teniente de gobernador Saturnino Saraza, lo que le costó proceso y cárcel. Apoyó desde el vamos la formación del Ejército de los Andes, al cual hizo importantes aportes en dinero. Se ganó así la amistad y la estima de José de San Martín.

El Congreso y después

En 1815, fue elegido como segundo diputado –el primero era fray Justo Santa María de Oro- al Congreso de Tucumán.

Sucedió que Laprida impugnó su propia elección, afirmando que no se había convocado a votar a “los cuarteles de los arrabales”. Sólo aceptó el resultado cuando la Intendencia de Cuyo lo confirmó.

Incorporado al Congreso en Tucumán, tocó al doctor Laprida, como se sabe, presidir la asamblea el memorable día en que se declaró la Independencia. Partió a Buenos Aires al trasladarse allí la corporación, y le correspondió ejercer la vicepresidencia entre agosto y setiembre de 1817.

En 1818 volvió a San Juan. Fue designado teniente de gobernador interino. Cuando, en 1820, ocurrió el motín del Regimiento Cazadores de los Andes, que derrocó al gobernador José Ignacio de la Roza, arriesgó su vida en el intento de contener los desmanes. Además, se disfrazó de fraile para poder penetrar en la celda de De la Roza, y le ofreció el hábito para que escapara sin ser reconocido, quedando él en su lugar. De la Roza no aceptó.

Convencido unitario

Después, cumplió una misión política y económica en Chile, ante el general Bernardo O’Higgins. Siguió en altos cargos: fue ministro del gobernador José María Pérez de Urdininea, en 1822, y presidió la Sala de Representantes en 1823. Su provincia lo nombró diputado al Congreso General reunido en Buenos Aires en 1824: lo presidió entre febrero y junio de 1825. Regresó a San Juan en 1827, con su esposa Micaela Sánchez de Loria y sus hijos.

Pronto, como unitario convencido, se comprometió en las luchas contra los federales. Con José Rudecindo Rojo, fundaron el periódico “El Amigo del Orden”, y fueron redactores de “El Solitario”; también, con Víctor Barreau, redactó “El Repetidor”.

El gobernador rosista José María Echegaray, persiguió a Laprida y terminó encarcelándolo. Obtuvo la libertad en 1829, gracias a un movimiento de las damas sanjuaninas y al pago de una cuantiosa suma de dinero. De inmediato, partió a Mendoza y se incorporó a las fuerzas unitarias como cabo de infantería, en el batallón “El Orden”, donde estaba enrolado Domingo Faustino Sarmiento, de 18 años por entonces.

Batalla del Pilar

La misión de esa fuerza era detener el avance de Félix Aldao, aliado del general Juan Facundo Quiroga. El 22 de setiembre de 1829, el batallón, que iba al mando del gobernador interino, general Rudecindo Alvarado, fue atacado por los montoneros de otro de los Aldao, Francisco, al sur de Mendoza, en El Pilar. Alvarado se atrincheró en un potrero, y logró arreglar con Aldao una suerte de armisticio.

En sus “Recuerdos de Provincia” narra Sarmiento que de pronto llegó con su tropa José Félix Aldao. “Borracho, nos disparó seis culebrinas al grupo que formábamos 60 oficiales en torno de Francisco Aldao, su hermano, que había entrado en nuestro campamento después de concluir un tratado… El desorden de nuestra tropa, dispersa a merced de la paz firmada, se convirtió en derrota al momento, a despecho de esfuerzos inútiles para establecer las posiciones”.

Sarmiento, testigo

Cuenta Sarmiento: “Yo estaba aturdido, ciego de despecho; mi padre vino a sacarme del campo y tuve la crueldad de forzarlo a huir solo. Laprida, ¡el ilustre Laprida!, el presidente del Congreso de Tucumán, vino en seguida y me amonestó, me encareció, en los términos más amistosos el peligro que acrecentaba por segundos. ¡Infeliz! Fui yo el último de los que debían estimar y respetar su mérito, que oyó aquella voz próxima a enmudecer para siempre”. Agregaba: “A poco andar lo asesinaron sanjuaninos, se dice, y largos años se ignoró el fin trágico que lo alcanzó aquella tarde”.

En un discurso, treinta años más tarde, Sarmiento abundaría sobre el episodio. Laprida le habría dicho, narra, “Y bien señor ¿por dónde nos escapamos?’, y me indicó al mismo tiempo: ‘Por aquí’. Yo le dije: ‘Por ahí va, señor, la persecución; por ahí no podemos subir; tomemos esta dirección hacia la ciudad de Mendoza’. Nos separamos y a él lo mataron a media cuadra de distancia. Yo vi cuando lo tomaron”.

¿Enterrado vivo?

Otros autores sostienen que Laprida salió al galope acompañado por el capitán Nicolás Barreda. Tomó la larga calle San Francisco del Monte, con el propósito de ganar el camino-carril y ocultarse en los matorrales que lo limitaban por el naciente. Pero la calle no tenía salida. Pronto divisaron una partida que los seguía. Barreda lo instó a apurarse, pero Laprida le dijo: “Siga usted, que yo pienso entrarme en la primera casa que encuentre”.

Los relatos difieren en cuanto al modo en que lo mataron. Unos dicen que fue alcanzado y cosido a puñaladas en plena calle. Otra versión dice que fue llevado ante el jefe del piquete; y que éste, al saber que era Laprida, “lo ejecutó enterrándolo vivo y pasando un tropel de caballos sobre su cabeza”.

Según las memorias del general José María Paz, el cadáver del ex presidente del Congreso de Tucumán “fue hallado después de un tiempo en un oscuro calabozo, donde sin duda fue enterrado vivo”. Otros dicen que el cuerpo fue enviado al Cabildo de Mendoza donde lo identificó el juez del crimen, Gregorio Ortiz, quien lo hizo llevar luego al calabozo donde quedó oculto.

“Poema conjetural”

Jorge Luis Borges dedicó a la muerte del doctor Laprida, una de sus composiciones más famosas, el “Poema conjetural”, de 1943. Allí, imagina los pensamientos que cruzaban por la cabeza del doctor Laprida, mientras huía en el intento infructuoso de salvar su vida.

Yo que anhelé ser otro, ser un hombre / de sentencias, de libros, de dictámenes, / a cielo abierto yaceré entre ciénagas; / pero me endiosa el pecho inexplicable / un júbilo secreto. Al fin me encuentro / con mi destino sudamericano...